Skavens
Son una abyecta raza que a lo largo de los siglos ha ido minando la resistencia de las antiguas fortalezas de los Enanos, reduciendo a esa orgullosa raza a una sombra de lo que fue. En el pasado contaminaron las Ciudades-Templode las criaturas de sangre fría de Lustria, y condujeron al Imperio, la mayor nación humanadel Viejo Mundo, a la miseria total y casi a la ruina. Y lo que están planeando para el futuro es todavía peor...
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Hay tres lideres Skavens luchando por conquistar la fortaleza de Karak Ocho Picos
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Queek el Coleccionista de cabezas (Mathy)
Queek paseaba preocupado. Su habitual rictus de superioridad se había transformado en uno de profunda concentración. Sus pasos lo llevaban de un lado a otro de la degradada estancia, antaño alguna especie de enorme archivo enano, del que solamente quedaban las antiguas estanterías de piedra hermosamente trabajada.
-¿Aquí?- Se preguntó, parándose cerca de unas manos momificadas llenas de opulentos anillos. El símbolo de Averland todavía podía leerse en el elaborado sello que rodeaba el dedo anular.
El Señor de la Guerra del Clan Mors negó con la cabeza y reanudó su paseo. Esta misma tarde le habían informado que el Clan Moluder había decidido enviar a Karak-Ocho-Picos al famoso Throt el Inmundo, Señor del Pozo Infernal. Ese comandante skaven era conocido por su insaciable apetito y su éxito a la hora de mutar todo tipo de criaturas. De hecho, él mismo se había hecho crecer un brazo adicional, proeza que sin duda había logrado gracias a la ingesta de enormes cantidades de piedra bruja.
-¿Aquí?- Repitió, parándose ante los restos amortajados de cabeza con barba, Eran los restos mortales del famoso Rey enano Krug Manoférrea, que él mismo se había encargado de cortar en sus años de juventud.
Y por si no fuera poco con uno, el maldito Consejo de los Trece había aprovechado un día que su Señor Gnadwell no estaba presente para enviar tropas a SU fortaleza, bajo el mando de ese conspirador de Thanquol. Ese maldito Vidente era peor que un dolor de incisivos, y no traería nada bueno.
Su deambular llevó a Queek hasta la última estantería, reservada para miembros de su propia raza. En el centro, iluminada por una vela a medio consumir, se encontraba la calavera rátida de Ikit Slash, Señor de Pico Llameante. Bueno, al menos hasta que Queek le había seccionado la testa…
-Mmmmm…. ¡No!- Gritó el Señor de la Guerra- ¡No, no, no!... ¡Nesqueek!
-Si, mi amo- Dijo un criado que apareció de repente entre las sombras.-¿Qué se le ofrece?
-Vamos a necesitar una estantería nueva…. ¡O mejor!- Dijo Queek animándose- Que trasladen todas estas piezas a la sala del trono y que empiecen a limpiarlas…
-¿Otra vez, amo?- Se atrevió a comentar el tal Nesqueek.
-Deben estar perfectas, querido esclavo… Piensa que pronto van a tener compañía...
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Throt el Inmundo (Enric)
Desde el momento en que Grimgor Pielhierro asaltó el Pozo Infernal, Throt no había vuelto a ser el mismo. Cierto, el pielverde no había conseguido llegar a los niveles inferiores de la fortaleza, aburrido de enfrentarse a una y otra oleadas de bestias deformes y mutadas, y cualquier otro general Skaven hubiera estado aliviado de que semejante bestia diera media vuelta y se marchara sin más. De hecho, muchos subalternos del clan Moulder llevaban meses proclamando externamente a los cuatro vientos como Throt el Inmundo era el primer rátido capaz de frenar al propio avatar de las cosas-verdes, y esto había aumentado el prestigio del clan, que recibía nuevas peticiones de compra de ratas ogro cada semana.
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Pero Throt era diferente. Sabía la verdad, y eso le atormentaba: Grimgor no había sido derrotado. Podía haber destruido Pozo Infernal con un poco más de esfuerzo, pero se había retirado de puro aburrimiento. Throt le había lanzado sus monstruosidades más viles, destructivas y poderosas, y aun así, con toda su febril imaginación y progresos de toda una vida de dedicación a la mutación, no había conseguido ni derrotar, ni impresionar, al bruto pielverde. Y sus subalternos lo sabían. Aunque de puertas afuera hubiera sido un gran éxito, internamente los intentos de traición y de derrocarle habían aumentado desde entonces, como era de esperar.
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Decidido a crear la monstruosidad más temible posible, se había encaminado a las Tierras del Sur en busca de bestias prehistóricas, como estegadones, y los temibles carnosaurios, para poder mutarlos horriblemente hasta límites más allá de la cordura. Incapaz de llevar a semejantes bestias por los túneles subterráneos (los varios intentos acabaron con túneles derrumbados y multitud de hombres-rata devorados y aplastados), Throt embarcó los diversos especímenes que consiguió capturar por mar hasta llegar a Plagaskaven, dado que Pozo Infernal no está conectado por mar (o fétidas marismas)
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Una vez en Plagaskaven, Throt había pasado los siguientes meses experimentando. Las primeras pruebas no salieron bien. El primer intento de mezclar un terrorsaurio con una rata ogro había sido un fracaso, y la gigantesca criatura había escapado mar adentro tras destruir e inundar un sector entero de la capital Skaven (Y los últimos informes del clan Eshin la situaban asolando la costa de Nippon, donde los lugareños la han llegado a conocer como Ratzilla). El resto de experimentos siguientes, sin embargo, habían sido un éxito, y nuevas monstruosidades saurio-ratunas se estaban preparando para incrementar el poder del Clan Moulder.
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Esto alarmó al consejo de los trece. Semejante arsenal bélico en la propia Plagaskaven podría ser usado como arma por el propio Throt, para hacerse con un puesto en el consejo, uniéndose o substituyendo al propio Lord Verminkin. Bien es sabido que, antes que el beneficio de la raza Skaven, en el consejo prima el propio beneficio de cada integrante y, por unanimidad, este decidió enviar “a un líder tan sublime y poderoso como para vencer al propio Grimgor Pielhierro” a ayudar al clan Mors en su invasión de Karak-Ocho Picos. La ayuda “debe llegar rápido-rápido, pues sin las capacidades del sumo general Throt el Grandioso las cosas-enanas y cosas-verdes sin duda vencerán, pues no hay nadie con la excelencia del gran Throt que pueda detenerlos”, de manera que Throt tuvo que partir de inmediato, dejando el laboratorio Moulder y sus especímenes en Plagaskaven, aparentemente encantado de colaborar en tan importante misión, y de poder recolectar nuevos especímenes (como garrapatos y arañas gigantes) para sus experimentos.
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Obviamente, al poco tiempo de dejar su laboratorio bajo vigilancia ajena, este sufrió una serie de inexplicables y misteriosas explosiones que destruyeron cualquier resto de las ambiciones y del proyecto de Throt el Inmundo. El consejo cree que Throt ya no es una amenaza, y que con suerte, o bien conquistará la ciudad, o bien morirá a manos de algún enano o pielverde en alguna remota cueva de la fortaleza.
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Por desgracia para el mundo, Throt no es ajeno a todas estas conspiraciones, ni está tan distraído en sus experimentos como aparenta. Antes de partir a la Ciudad de los Pilares, se llevó en secreto consigo la primera nidada de huevos puestos por sus aberrantes creaciones, y dejó como vigilantes del proyecto de Plagaskaven a los subalternos que planeaban derrocarle, previendo un final trágico para todos ellos. Ahora que todos le dan por derrotado, solo tiene que conseguir apartar al Señor de la Guerra Queek (de algún modo sutil pero letal) para ponerse él mismo en cabeza de la invasión y hacerse con la ciudad. Siendo el líder “que derrotó a Grimgor Pielhierro y conquistó la famosa fortaleza de las cosas-enanas”, y una vez sus nuevas criaturas crezcan en secreto, no habrá nadie que pueda detenerle en su camino para hacerse con el control del clan Moulder…y de toda la raza Skaven.
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Thanquol (Mikhail)
Las alimañas albinas lo habían acompañado hasta la gran puerta. Se frotó el hocico con las garras, nervioso. ¿Por qué lo habían vuelto a convocar delante del Consejo a él? ¡el gran Thanquol!¿Quizás el clan Moulder había averiguado su papel en el desastre de la última camada de ratas ogro? Empezó a exudar almizcle de miedo, esperaba que sus guardianes no lo notaran. Si se había descubierto que él había proporcionado piedra bruja adulterada a los maestros de la mutación para que sus creaciones ogrunas enloquecieran, su vida no valdría más que la de un esclavo débil y enclenque. Pero no podía ser, había asesinado a sus cómplices, nadie quedaba que estuviera enterado del plan. Así que no podía ser eso. ¿Quizás era por su fracasado experimento de transmutación? Había intentado convertir materia orgánica en piedra bruja refinada, el clan Rictus no debía estar contento con la desaparición de algunos de sus guerreros, pero en Plagaskaven la muerte y el asesinato sucedía a millares, así que había dado por hecho que la desaparición de un par de centenares de guerreros no debía haberse ni notado. Tampoco debía ser por eso.
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Thanquol se hallaba plantado delante de la Gran Puerta, esperando su turno para entrar. Sabía que detrás estaban los 12 miembros más influyentes de la sociedad skaven, los Señores de la Descomposición de los 4 grandes clanes y otros señores de la guerra, y el Señor de la Videncia. El almizcle se hizo más potente, así que esnifó un poco de polvo verde para serenarse. Sintiendo el poder de la disformidad recorriéndole por las venas, consiguió calmarse. ¡En todo caso era él el poderoso Thanquol! ¡El Vidente Gris más poderoso! ¡Más que Kritislik, el actual señor de la Videncia! Con un chasquido de sus garras podía mandarlos a todos a la superficie bien fritos. Así que relamiéndose el polvo restante de los bigotes entró a la sala cuando sonó un gong.
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Dentro ya sabía lo que iba a encontrar, un palco elevado con las distintas sillas de los grandes señores, en forma de u invertida, colocadas de manera que el recibido parecería estar entre los cuernos de la rata Cornuda. Las figuras de los distintos señores se hallaban ocultas por la oscuridad en sus tronos, pero sus presencias eran muy presentes, y podía sentir sus ojos clavados en su cuerpo. La voz de Kritislik resonó por la sala oscura y pudo ver su figura inclinándose de su asiento para observar debajo del palco al vidente recién llegado, de modo que su torso era visible ante la poca luz verdosa que emanaban los incensarios de piedra bruja.
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-Bien-bien querido Thanquol, gracias por tu rapidez-presteza al acudir ante el Gran Consejo.-Su voz ni se molestaba a fingir su falsedad. Seguro que deseaba que hubiera sido impuntual para poder castigarlo de algún modo cruel. Recordó que debajo de donde él estaba había una rendija de hierro, y debajo de esta, en un pozo, nadaban creaciones del clan Moulder lo suficientemente horribles y hambrientas como para no desear ni soñarlas. Las oyó chapotear.
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-Siempre es un placer-honor servir al gran Consejo -¡Skeet-skeet! - ¿a qué se debe mi humilde-pobre presencia ante vuestras Gloriosas Descomposiciones?-no pudo ocultar su nerviosismo, su cola daba rápidos golpes contra el suelo. Lord Kritislik disfrutaba al ver a Thanquol bajo aquella tensión.
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-El Consejo ha decidido encomendarte una misión muy importante-vital para la gloria de la gran Rata Cornuda.-los ojos de Thanquol brillaron con precaución. Nunca era una buena noticia ser mandado a una misión por el Consejo, lo podrían llamar suicidio también pero así se ocultaban los verdaderos motivos y nadie se podía acusar de nada si en una misión oficial imposible alguien sucumbía, y si se fracasaba el castigo también podía suponer la muerte. Solo se podía salir vivo de una situación tal logrando lo imposible. Esos eran los típicos juegos políticos de Plagaskaven. Thanquol ya había sobrevivido a múltiples “misiones” del Consejo, y aunque no las había cumplido todas ahí estaba, vivito y coleando, por el momento. Así que resignado preguntó.
-¿Qué gran misión-tarea tenéis para un pobre-humilde vidente como yo?
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-Acompañarás un destacamento-manada de varios clanes para ayudar al clan Mors a conquistar de una vez por todas la Ciudad-Madriguera de los Pilares - un canino asomó malévolo debajo del hocico de Kritislik cuando pronunció “ayudar”.- Han solicitado armamento del clan Skyre, así que le enviaremos-mandaremos eso -¡Skeeeet!- y un gran ejército de guerreros de los demás clanes.
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Thanquol sonrió, era la típica jugada del Consejo, enviar refuerzos para ayudar un clan, pero de tal manera que los refuerzos pudieran suprimir a los ayudados una vez acabada la faena, así se acababa con toda amenaza y se seguía jugando en el sangriento juego de la política skaven. Si la Ciudad de los Pilares, la mayor ciudadela enana, acababa bajo el poder de un solo clan se podría desbancar el frágil equilibrio entre los diferentes señores de la Descomposición.
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-¿Y el Señor-Caudillo de la Guerra Gnawdell estará de acuerdo con ese plan oh, gran y bubónico señor?-Kritislik sonrió perversamente.
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-Si Gnawdell estuviera aquí y no batallando-royendo tapones y goblins estaría muy agradecido por la ayuda que el consejo le proporcionará-dará. Estará bien-muy contento cuando llegues con tus refuerzos, no tendrá queja-molestia alguna. No sufras mi querido Thanquol.-Su sonrisa malévola se acentuó.
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¡Y un anca de zoat! Sabía perfectamente que el Señor del Clan Mors lo vería como un enemigo que se iba a aprovechar de su situación para arrebatarle lo que él había estado batallando tanto para conseguir. Seguro que intentaría asesinarlo. Pero no tenía más opción que aceptar.
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-Gracias por la confianza-honor que me hace el Consejo de los Mas Grandes Rátidos, no fallaré.
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-Más te vale Thanquol.-Un sudor frio recorrió la espina del vidente, dió unos pasos para atrás y salió de la sala.
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La guardia albina lo escudriñó mientras se alejaba murmurando mil insultos y maldiciones hacia el consejo y sobre todo hacia Kritislik. Algún día dirigiría ese consejo, y quizás ese día estaba más cerca que nunca. Si lograba arrebatar de las manos de los malditos pielesverdes y los tapones la Gran Madriguera de los Pilares seguro que lograría una influencia muy grande, y podría independizarse y gobernar su propio clan. La guardia lo acompañó hasta fuera de las dependencias del consejo, donde una enorme rata ogra esperaba royendo los huesos de algún skaven que había sido lo suficientemente poco precavido como para acercarse demasiado a Destripahuesos. La guardia se quedó alejada, temerosa de la poderosa figura, y Thanquol se acercó a ella.
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-Vamos querida, tenemos una fortaleza que conquistar.
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