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Pielesverdes

Los Orcos y Goblins son una plaga para todas las tierras y una maldición para todas las civilizaciones. Saquean y arrasan sin descanso, llevando la guerra y la barbarie a todos los rincones del mundo. Una y otra vez, sus ejércitos se alzan sin previo aviso, guiados por unas intenciones y una dirección de avance absolutamente impredecibles.

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Existen tres hordas de pielesverdes que luchan por el control de la fortaleza:

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Skarsnik (Victor)

El grito desgañitado resonó en las diferentes estancias, arrancando ecos de todas y cada una de las rocosas paredes, haciendo que el siseo de la carne al quemarse quedase silenciado; entorno a la desdichada víctima, media docena de figuras escuálidas y de piel verde reían maliciosamente mientras pinchaban las ampollas que surgían con pinchos oxidados.

 

Aquel era el séptimo enano que asaban vivo y, pese a todo, ninguno había hecho concesión alguna sobre sus parientes en la ciudadela y eso, a Skarsnik, le causaba unos sentimientos enfrentados de deleite y enojo. Súbitamente los chillidos cesaron cuando el enano sucumbió a la tortura, quedando el cuerpo laxo mientras seguía girando en el enorme espetón que rotaba encima de la hoguera

 

Con aire distraído Skarsnik lanzó un puñado de dedos de enano cortados a su enorme garrapato, como quien da de comer a un inofensivo pajarillo, mientras giraba su pinchagarrapatos mágico en la otra mano... aquellos enanos se negaban a decir nada sobre las defensas que Belegar había construído en el interior de la zona reconquistada y eso era un inconveniente si quería arrebatarles de una vez por todas la fortaleza a los enanos

 

Un gorgoteo de satisfacción de Gobbla llamó la atención del caudillo, haciendo que mirara a la abotargada criatura mientras se relamía la sangre y lo miraba con expectación, esperando más comida. Siempre quería más comida

 

Skarsnik sonrió con malicia patente

 

- ¿Por qué no?- pensó en voz alta el maligno señor de la Luna Torcida - ¡Traedme otroz cinco taponez!- ordenó a sus goblins, que rápidamente y entre risillas se apresuraron en traer a otros cinco cautivos de espesas barbas. Todos ellos estaban llenos de moratones y cortes, pero en sus rostros la determinación, y el odio que sentían por sus captores, se hacía más que evidente

 

Cuando los cinco cautivos estuvieron ante Skarsnik éste los observó con detenimiento. Todos tenían aspecto de ser duros combatientes, acostumbrados a las penúrias de la guerra... menos uno. El caudillo goblin sonrió

 

- Gobbla... cómeteloz!- ordenó a su hambrienta mascota mientras dejaba caer la cadena que lo sujetaba para darle espacio

 

Notando la momentánea libertad, el enorme garrapato no dudó un segundo en lanzarse sobre los desprevenidos enanos. El primero siquiera supo qué lo había matado cuando las enormes fauces de la criatura lo partieron por la mitad con un chasquido. Horrorizados, los otros cuatro enanos intentaron huir de la bestia, pero las cadenas impidieron que pudieran dar más de un par de pasos antes de que Gobbla les diera caza

 

Los gritos se mezclaron con el chasquido de los huesos, convirtiendo la escena en una carnicería en cuestión de segundos

 

-Bazta!- gritó Skarsnik cuando Gobbla se lanzaba a por el último, y más joven, de los enanos aun masticando los restos del cuarto enano, cuyo brazo troceado asomaba entre los gigantescos colmillos de su boca – Ahora, me vaz a decir lo que quiero zaber y tendraz una muerte rápida... o Gobbla ze dará un feztin contigo también y con otroz diez taponez máz. Habla y no tendré que matar al rezto

 

El enano, pálido y con el gesto descompuesto, miró al caudillo goblin mientras las gotas de sangre que le habían salpicado resbalaban por su mejilla, dudando. Un nuevo chasquido de Gobbla, que acabó de masticar el brazo del enano que acababa de devorar, hizo que el cautivo acabara por ceder en un intento de salvar a los otros cautivos de un fin tan horrible

 

Tras varios minutos relatando las nuevas defensas construidas, entre lágrimas de rabia e impotencia, el enano dejó de hablar mirando a Skarsnik con odio mientras el caudillo sonreía, acariciando la rugosa testa de Gobbla, que tironeaba de tanto en tanto intentando saltar sobre el enano

 

- ¿Ezo ez todo?¿Zeguro? - dijo el goblin asintiendo meditabundo – Bien, entoncez ya no me zirvez de nada

 

El enano iba a replicar pero, antes de que pudiera hablar, sus palabras murieron en su garganta, convirtiéndose en un grito de agonía cuando Skarsnik apuntó con celeridad su arma encantada hacia él y descargó una chisporroteante bola de energía verde que consumió en segundos al enano.

 

- Traed a laz rataz! - ordenó a los goblins, que vitorearon exultantes – Quiero zaber que nuevoz túnelez han ezcavado ezoz roedorez... luego zeguiremoz con loz taponez. Mi colección de barbaz aun no ez lo zuficientemete grande- añadió con malicia mientras los chillidos de un puñado de cautivos skavens conducidos hacia su presencia  empezaban a escucharse al final de túnel

 

La fortaleza sería suya, y de nadie más, pero antes se iba a deleitar arrancando toda la información posible de las decenas de cautivos que tenía en su poder. El era el Señor de los Ocho Picos, y ni enanos ni skavens le disputarían el título por mucho más tiempo...

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Gorfang Rotgut (Emili)

El peñasco negro estaba en silencio. Gorfang llevaba tres días sentado en su trono sin moverse. Esto ponía muy nervioso a sus chicos, que preferían no hacer ni el mínimo ruido para no llamar la atención. La última vez que estuvo dos días así, al levantarse mató a un jabalí de un mordisco y ahora llevaba 3 días... 

 

Todo empezó cuando los chicos preparaban para la cena un goblin que habían encontrado husmeando cerca del castillo. Mientras lo cocinaban, el muy mentiroso dijo que era un mensajero enviado por Skarnish y que venia para proponer una alianza para luchar contra los tapones. Aseguró que conocían los puntos débiles de su fortaleza y que con su ayuda, pronto sería nuestra.. 

Gorfang que pasaba por allí, lo oyó y después de arrancar el brazo del goblin se sentó en su trono, empezó a comérselo y ya no dijo nada más.

 

¿Una alianza con ese goblin flacucho y su feo hongo?- Pensaba el gran jefe orco- Debe haberse bebido una olla entera de sopa de hongos sombrero loco! Los goblins son buenos para desayunar pero nunca  puedes fiarte de un trato con ellos. Lo que debería hacer es atacar a esos goblins y cocinarme ese hongo enorme para cenar. Pero ese traicionero goblin tiene un palo de tres pinchos que escupe fuego. ¿Porque el tonto de Graug el shaman orco no sabe como protegernos?. Siempre cantado, bailando, bebiendo y buscando bronca con los chicos pero en la batalla parece un snotling.

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¿Y si me como al shaman? No está bendecido por Morko, seguro que me sentaría mal...

Pero pensándolo bien, lo que realmente me apetece es comer taponez y yo no necesito ningún goblin para asaltar su fortaleza!

 

- CHICOZ TRAEZME MI EZPADA, NOZ VAMOZ A LA GUERRA! MAÑANA ZENAREMOZ TAPONEZ Y CON ZUERTE LOS RENELLAREMOS DE GOBLINS Y SETAS!

 

Un gran grito de alegría salió de la garganta de miles de orcos. El jefe volvía a ser el de siempre y a todos les apetecía comer taponez con hongos

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Grumlok y Gazbag (Xavi)

A Grumlok su propio pensamiento le resulta confuso (sí, confuso incluso para un orco). Observando el valle con ruinas, no sabe para qué ha venido. No tiene demasiado claro qué hay ahí abajo que le pueda gustar. Pero entrará y machacará, aplastará y descuartizará a tantos taponez como pueda. Sí, eso podrá estar bien.

Aunque en ocasiones no tiene ni tan siquiera claro que quiera luchar. En algún rincón de su mente desearía estar lejos, y dedicarse a la sosegada vida de la cría de snotlings. Pero rápidamente huye de estas fantasías: qué vergüenza para un fuerte y grande kaudillo como él albergar tales deseos. Él es fuerte y duro y masacrará a todos los enanos que pueda... no recuerda para qué. Por lo general no le importa, o a veces sí. No sabe si le importa.

 

Al dormir, Grumlok piensa con más claridad que en la vigilia. Y en la oscuridad de los sueños le visita un orejotaz de mirada siniestra y corona astada en su cabeza. Y le mira fijamente. El gran orco le rompería el cuello con sus manos, pero no puede y se limita a someterse a su mirada. A su larga y fija mirada ¿Acaso esos sueños significan algo? No lo sabe. Como tanto en su cabeza últimamente.

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Grumlok mira una flor en el suelo, al lado de su bota. Ausente. Grumlok no sabe nada de lo que hace.

Al fin y al cabo, ¿acaso algún orco lo sabe?

 

 

El bonito goblin Gazbag también observa el valle desde lo alto de la Montaña de los Vientoz, mientras se toca las trenzas sentado en lo alto del imponente hombro de Grumlok. No ha logrado ser gordo como Grom, pero sí mirar desde muy alto. Está un poco inquieto, a pesar de la innumerable horda a su espalda y de la promesa enfrente de un waaagh sin fin; y se distrae dándole vueltas a problemas menores.

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Las visiones de Gorko durante sus trances en el gran verde nunca le habían mostrado ese valle. Pero Grumlok aquí quiere a su horda. Gazbag tiene alguna duda con esto, y de hecho le ha aconsejado que meterse en esta ratonera llena de rataz, goblinz y taponez... no es una gran idea. Ya no queda casi nada para saquear, nada a profanar. Pero es inútil intentar convencer al ensimismado Grumlok. Ya no escucha sus consejos y visiones como antes. Se obceca con los taponez. Quizá quiere darle una lección a Skarsnik y a Gorfang, esos engreídos, y demostrar quién es el orco más grande y el que más manda. Él sabrá (no lo sabe).

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Desde que aceptaron el amuleto del orejotaz zinieztro (Malakíaz o algo así se llamaba) Grumlok no ha vuelto a ser el de antes. Es más agresivo y resoluto que nunca, y eso es bueno. Su tamaño y liderazgo son incontestables. Sus hazañas bélicas empiezan a ser incontables y legendarias. Pero hace muchas cosas raras, y eso...es malo. Gazbag sabe que su altura y sus privilegios son tan sólidos como los hombros de su compañero orco, y no se puede permitir que el kaudillo haga cosas ridículas. La violenta animosidad con la que machaca a taponez y disciplina a muchachoz por igual, se ve alternada con períodos de una especie de sopor mental, y se queda con la mirada perdida hacia la nada.

 

¿En qué pensará? ¿Lo notaran los chicoz? Por el momento, al salir de esos sopores retoma su habitual agresividad, suficiente para que ningún orco grandote se atreva a desafiarlo por sus bucolismos. Pero el bonito goblin ya no puede manipular a su compañero como hiciera antaño. El pequeño cerebro del orco es un misterio.

Gazbag juega con sus trenzas y se entretiene valorando estos pequeños imprevistos, pero él es un goblin tenaz y ambicioso. Está donde quiere estar y dichas divagaciones no le generan inseguridad. Lo que siente es vértigo.

Vértigo por cabalgar sobre hombros de gigantes. Vértigo por saberse observado por las míticas puertas de Karak-ocho-pikos: por la historia. Vértigo ante la gloriosa e inminente gran masacre y los años en que será recordada.

Probablemente ni Gorko ni Morko son los que guían los pasos de Grumlok. Pero bien sabe Gazbag que a ellos les da igual si se les hace caso o no, o si ganas o mueres. Lo que les agrada es el valor. Lo que importa es que un gran waaagh peleará contra muchos en profundas cavernas sin fin que temblarán a su paso. Y a través de las montañas y la honda roca, los dioses pielesverses los observarán sonriendo.

 

 

En el clan de los Zolez Zangrientoz todo marcha bien para los chicoz. Son afortunados de vivir este esplendoroso waaagh (¡menudo waaagh! Está siendo de los gordos). El jefe Grumlok los provee de todo lo bueno en la vida de un pielverde: buenas peleas y buenos saqueos; carne para la parrilla; ídolos de Morko (¿o Gorko?) poblando los horizontes; y nuevos chicoz que se unen a la fiesta.

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Pero algunos de los muchachoz más “avizpadoz” intuyen que algo raro ocurre. No sabrían decir qué. Algo en Grumlok. Los grandes kaudilloz de las historias que contaban los chamanes sonaban distintos. Ya no por esa excentricidad de llevar a Gazbag, un bonito goblin con trenzas, en el hombro (muchos chicoz piensan que se trata de un “pa’ luego”, y que en algún momento se lo comerá). Es algo en su carácter. Ya no tiene sentido del humor, parecería un orco negro. Los zurriagazoz que reparte con su hacha Rebanakuerpoz siguen siendo los más cafres del clan. Y el clan está satisfecho con el reguero de batallas que Grumlok provee. Pero también piensa demasiado “para zuz adentroz”.

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- Meter toñaz a taponez mola. ¡A’hora bien! Antes también noz guztaba tundar a rataz y a zonrozaoz. ¿Ya no? (NOTA DEL TRADUCTOR: ininteligible)

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Pero tampoco les importa demasiado. Patean a un goblin despistado y se olvidan rápidamente. Total, a ellos qué les importa mientras la vida sea buena. Al fin y al cabo, qué le importa nada a un orko: nada.

 

 

Los bibliotecarios de Altdorf hablan de lo peculiar del caso, en sus tranquilas y engoladas tertulias. Con interés académico, casi divertido.

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En los salones enanos bajo las montañas del Fin del Mundo (¡aquellos que aún son defendidos!) también se habla del mismo extraño fenómeno: el del clan de los Soles Sangrientos. Pero entre los señores enanos no hay pedantería erudita: hay alarma y urgencia. Todos hablan del reciente waaagh de Grumlok, que ha abandonado el habitual rumbo errático de las huestes pielverdes para adoptar un comportamiento inaudito: no se diseminan en cuitas internas; ni se diluyen atacando ciega y difusamente a cuanto tienen alrededor.

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No: lo que está sucediendo es terrible. Han empezado a atacar sistemática y regularmente a los asentamientos enanos. Maldita sea su perdición y maldita la raza pielverde, cuya furia ha dejado de ser ciega. Los Soles Sangrientos crecen. Y sólo atacan a enanos. ¿Por qué? ¿Acaso no eran ya suficientemente gruesos los libros de agravios?

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Lamentos banales: los motivos de lo inexplicable son lo de menos cuando su azote se precipita. Los tiempos aciagos siguen sin tener fin. Pues parece que el poderoso e incansable waaagh de los Soles Sangrientos, bajo el misterioso liderazgo de Grumlok, ha fijado un objetivo: el fin del enano y su orgullo.

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Menudo chasco para los eruditos tertulianos de Altdorf. Al fin y al cabo, el inaudito caso del clan de los Soles Sangrientos esconde una verdad mucho más banal que cualquiera de sus ocurrentes divagaciones: Grumlok no tiene ningún motivo. Hace bastante tiempo que no tiene ni idea de lo que hace.

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